Cuando dos personas se conocen y comienzan una relación, empiezan, al menos, la inmensa mayoría, llenos de ilusión y de proyectos en común. Se comprometen y unen empezando a convivir en un día a día que a veces, no sabes bien ni cómo, ni cuándo ni siquiera por qué, dos personas que estaban unidas y caminaban juntas, comienzan a separar sus caminos haciendo lo que yo llamo vidas paralelas dentro de la aparente buena relación, donde se producen pequeños intercambios o interacciones con relativa frecuencia, sobre todo, para menesteres cotidianos, algún que otro momento íntimo, más que nada para calmar el deseo inmediato de obtener placer físico; y por supuesto, pequeñas apariciones en público porque somos una familia modelo donde reina la felicidad, la armonía y el bienestar.
Vivimos de las apariencias, nos dejamos deslumbrar por lo que creemos que es real, valioso e importante. Comenzamos una vida con nuestra pareja llena de sueños e ilusiones con muchas expectativas y resulta que acabamos invirtiendo en cosas que nos alejan más y más de esa vida en común que un día iniciamos.
Nos hemos rodeado de necesidades que nosotros mismos nos hemos creado, de muchos deberíamos, de tantos y tantos “tengo que hacer”, de quiero una cosa y después otra que los hijos se convierten en una carga, la pareja en un impedimento para nuestra autorrealización personal y laboral, los mayores en un sufrimiento … y tantas cosas que así caminamos la inmensa mayoría de las personas y de las parejas dormidos.
Hemos dejado de viajar en el mismo barco, de remar en la misma dirección, ha llegado un punto en el que cada uno libremente con cierta apariencia de unión hace su vida de manera paralela y ya no hay complicidad, ni miradas de amor, ni sintonía entre dos seres que danzaban juntos por la vida… ahora somos, simplemente, dos compañeros de piso.
Vivimos de las apariencias, nos dejamos deslumbrar por lo que creemos que es real, valioso e importante. Comenzamos una vida con nuestra pareja llena de sueños e ilusiones con muchas expectativas y resulta que acabamos invirtiendo en cosas que nos alejan más y más de esa vida en común que un día iniciamos.
Nos hemos rodeado de necesidades que nosotros mismos nos hemos creado, de muchos deberíamos, de tantos y tantos “tengo que hacer”, de quiero una cosa y después otra que los hijos se convierten en una carga, la pareja en un impedimento para nuestra autorrealización personal y laboral, los mayores en un sufrimiento … y tantas cosas que así caminamos la inmensa mayoría de las personas y de las parejas dormidos.
Hemos dejado de viajar en el mismo barco, de remar en la misma dirección, ha llegado un punto en el que cada uno libremente con cierta apariencia de unión hace su vida de manera paralela y ya no hay complicidad, ni miradas de amor, ni sintonía entre dos seres que danzaban juntos por la vida… ahora somos, simplemente, dos compañeros de piso.
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